Tráeme a la Vida

Pudo escapar del castillo del olvido, de esa torre oscura en la que se encontraba encerrada.
Lo amaba, pero no quería ser su presa, quería ser sólo su amada, simplemente eso.
Quería poder gritarle al mundo que era de él, que era la mujer más feliz del mundo.
Pero no podía. Él así lo deseaba.
Huyó de allí tan rápido como pudo. El castillo daba a un enorme acantilado.
Y allí estaba Iraida, sola, triste, con un dolor en el pecho que sólo su amado podría parar.
Estaba decidida, no quería seguir viviendo así, todo tenía que cambiar, y sino cambiaba su existencia debería ser anulada.
Miró hacia el horizonte, suspiró, y abriendo los brazos en cruz cogió aire, pues necesitaba fuerza para hacer lo que tenía en mente.

- ¡No lo hagas! -gritó su amado que estaba detrás de ella.-

Ella, sumida en sus pensamientos, parecía no querer escucharlo.
Él, su príncipe, se apresuró hacía a ella. Tenía que detenerla, no podía permitir que su amada dejara de existir, que se perdiera en el fondo de ese precioso acantilado.
Corrió, y la sujetó con fuerza por la cintura. Ella, rota de dolor, rompió a llorar, y se derrumbó en el suelo, cayendo de rodillas.

- Te prometo que nunca más te encerraré. El mundo conocerá de la existencia de mi preciosa princesa de los cabellos de oro.

Iraida siguió llorando, esta vez de alegría.
Lo abrazó con fuerza. Ahora se sentía libre, segura de sí misma. La princesa había florecido.

- Has vuelto a traerme a la vida. -dijo ella.-

Se besaron, una y otra vez, al filo del acantilado.